viernes, 4 de marzo de 2016

Cólera.

Me pregunto que tan larga será mi estancia aquí. Cuantas veces más podré hablar con mi madre, cuantas más podré escuchar el sonido de la lluvia al caer (y olerla, que su olor me encanta), cuantas limitadas veces podré decir te quiero y que imagen dejare una vez que todo acabe. 
Porque la idea de la muerte me incita a pecar y a ser buena a la vez. El reloj avanza y necesito encontrarte ya, ¿y si me voy mañana? Mi vida habría sido en vano.
Me aterra la idea de morir porque hay tantas cosas por hacer y tan poco tiempo. Tantas personas a las que encontrar y sin saber el camino que debo tomar...
Sé que las personas que una vez estuvieron cerca de mí, encontrarán otros brazos en los que recargarse más cómodamente que en los míos cuando la sangre corría en mis venas. Esa persona que llevaré guardada en las llagas de mi alma eternamente, y que nunca saldrá de ahí; a una semana de mi partida ya habrá encontrado unos labios con sabor de viernes a medianoche. Tengo certeza de mi reemplazo y prefiero seguir respirando sabiendo esto, a alejarme de todo y ser tan cobarde como para evitarlo. Hay vacíos que se sienten, y presencias que se olvidan.
Cuando mi voz se apague dejaré de ser tan afortunada como lo soy ahora. Derrepente todo lo que un día era especial e importante se irá al vacío y se quedará ahí POR EL RESTO DE LA EXISTENCIA. Y todo empezara a cobrar sentido... Tenemos un reloj impuesto que algún día dejara de marcar. Y con ello, todas las oportunidades, los besos, cantos, risas, sueños... TODO ACABARÁ. Es una idea que no entra en mi cabeza porque en este momento lo tengo TODO. Y no se a donde valla, simplemente tomare una maleta vacía y me iré a seguir viajando. 
A todo esto, quiero plasmar este pensamiento porque he estado viviendo de el:
Asegúrate de que podrás morir satisfecha al segundo siguiente.

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