Y te encontré, luna. Tras la mirada de tus admiradores, tras la lente de tus captores. Te sentía mía, tan grande que podía alcanzarte. Pero estabas tan lejos que mis ojos apenas lograban visualizar tus cráteres inmersos de sangre; celosos por cuántas pupilas te seguían, cuántas almas atesoraban tu momento. Te mantenías quieta. Silenciosa. Esperando que los colores invadieran tu pálido reflejo. Y ardías entre llamas de intensos rojos. Y ojos. Te miraba desde abajo, aquí, donde siempre te espero, donde miro cómo cambias, cómo creces, cómo me esperas.