A veces me escondo en la penumbra del existir y no existir; me quedó allí esperando que el tiempo pase en silencio, intacto como suele hacerlo en mis días de realidad absoluta.
Me descubro inmóvil observando con inquieta calma mi habitación. Todo me parece extraño y no sé qué plano me envuelve, dónde me encuentro.
Luego los veo. Observo cómo se acercan a mí, cómo sus pardos ojos me miran. Quizá me acechan. Quizá me buscan por mi singular intención de permanecer ajena al tiempo, por evitar avanzar con él. Claramente debería tener miedo, sentir por mínima una sensación de peligro. Pero no pasa. Soy totalmente suya. Me conozco en sus ojos. Me veo en ellos.
Por extraño que suene, soy ellos.
Moviéndome entre dimensiones, participando en su mundo y alejándome de mi realidad.