Era un laberinto.
De él sólo conocía su forma de besar, de tomar el control, de hacerme llorar, reír, subir al cielo y caer. Sólo sabía que le gustaba escribir las mismas historias con diferentes personas. Las letras eran su adicción. Mismas comas, paginas, iguales párrafos subrayados; con la misma tensión, el mismo ritmo frenético de sus labios.
Cuando estaba con él, realmente sabía muy poco sobre la página en la que estábamos. Pero apuesto a que él tenía contadas las páginas que componían el capítulo, y, más bien, sabía de memoria todos los capítulos del libro. Y ni hablar del final, su parte preferida.
Pensarás que este es mi libro favorito. Pero no. Ciertamente, mi libro favorito es real. Se compone de letras, capítulos y un final que no acaba. Real por la manera en que las letras abarcan una historia. En él, nada se encuentra repetido, y nadie más conoce ese libro como yo lo hago. Nadie entiende sus páginas. No conocen la editorial, ni mucho menos a su autor. El título no tiene letras. Sus más de mil comas, sus puntos, sus hojas olor otoño. La típica flor atrapada en la página 35, muestra cual es mi página favorita de todo el libro.
Y no está guardado en estantes, vaya, es un libro que expresa tanto que lo guardo bajo llave en mi corazón. Y no, no puedo prestártelo, si quieres leerlo, tienes que escribirlo conmigo.
Regresemos al libro. A su libro.
Los personajes éramos sólo él y yo, con un título que nos describía en lo más mínimo porque hablaba de amor. Y nosotros pudimos serlo todo, pudimos estar juntos de distintas maneras, pero amor... No, amor no éramos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario