martes, 11 de junio de 2019

SUBREPTICIO.


                Todo parecía tener valor entre sueños, mientras los pensamientos saltaban inconsistentes entre bruma nebulosa; cuando no había alma despierta que fuese testigo de sus actos. El tiempo fluía dejándola sentir que le pertenecía. Cuando finalmente despertaba, solía estirarse queriendo alcanzar el sol, para adaptar su vista a la misma atmósfera que dejó antes de cerrar los ojos la noche anterior.
                Mientras todos se creían dormidos con el mundo apagado, ella y yo solíamos despertar para tenernos, incluso sin consciencia absoluta de ello.
Toda ella era brillo, del que expiden las estrellas más viejas en el invierno que parece interminable, de esa clase de resplandor que solloza el sol cuando está por postrársenos… Ella era el arte que le da sentido a todo, o más bien, quiero decir; la obra de arte por la que podría desperdiciar mis mañanas para tan solo apreciarla a la lejanía. Sus rayos, un tanto débiles para los pobres de espíritu, lo abrasaban todo en mi mente. Éramos juntos, a las 5 a.m.; y ella no conocía la intimidad que nos envolvía. Me bastaba sentirla conmigo.
                Me abatía que no fuese capaz de cruzar del lado de un ventanal al otro, era difícil para mí comprender aquella realidad, por lo que después de un rato de tenerla entre las pupilas de mis ojos solía sentir impotencia. Aún así, mi espíritu permanecía.
                Yo observaba inmóvil desde un punto que prefiero no mencionar, para quedarme con uno que otro secreto. Sólo diré que disfrutaba su vista; verla tan vívida, jugando a ser y no ser, envolviéndose entre el amanecer y el sonido de los pajarillos que ansiosos, buscaban comida. Pura supervivencia. ¿Qué nos hace etéreos?
                No debería interrumpir así mis ideas. Debo observarla, quiero sentir su presencia inundándome los sentidos y llevándose mi aliento, cobrando vida desde su habitación hasta mi insignificante halo de luz.
                A veces quisiera que abriera la larga cortina que llega hasta el suelo de su aperlado piso; para darse un tiempo y asegurarse que nadie la está viendo; pero aquí estoy. 


lunes, 11 de marzo de 2019

Tormento.

Las cartas dejaron de recibirse. Las letras que habían sido dispuestas se evaporaron siguendo la travesía de la niebla de todo envolvía. La atmósfera se volvió triste, podía sentirse nostalgia en toda la casa, y aunque ella guardaba las lágrimas para la madrugada; era obvio que sus ojos estaban hinchados por el llanto. Despertaba con su sonrisa perfecta, como siempre. Sin embargo, faltaba esa chispa que solía encender sus ojos. La estaba torturando el pasado. No se permitía dejar de pensarlo. ¿Por qué la costumbre lo cambia todo? Las experiencias dejan de ser nuevas y engullen la adrenalina que no debería irse jamás. La magia se escapa a través de pequeños orificios, pero constantemente. Y aunque viendo hacia el cielo desde la ventana de su habitación lograba encontrar paz, por dentro se consumía. Poco a poco los segundos contaban y la hacían envejecer. Había poco tiempo, y era difícil asimilar la longevidad.


No soy consciente desde cuándo comencé a observar la melancolía durmiendo en sus ojos, pero sabía que había dejado de escribirme cartas porque ya no se sentía bien en esas palabras. Dejaron de ser fieles a su corazón. Paró su sensibilidad. Borrón y cuenta nueva, como decía tantas veces. Pasará.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Ya es hora de dormir.

Creo que siempre acabará igual; con la misma canción, con los mismos miedos, con el mismo estrujón que siento en el pecho. Con el arrebato de impotencia. Las ganas de volver a verte. La luz de la luna dándome su luz como consuelo, con las súplicas de mi alma. Te quiero aquí. Y no estás, no sé siquiera dónde empezar a buscar. Pero mantenme así, dale sentido a lo que no puede ser real, démosle un poco de humor a esta vana existencia, pongamos algo sazón en la brecha que se abre hasta el abismo, salpiquemos de color, al cabo la oscuridad siempre vuelve a engullirlo todo, hasta acabar con ello.

domingo, 27 de enero de 2019

Te permito ir.

Me basta con que rondes en mi mente, no necesito tenerte cerca porque sé que te irás y termino extrañándote más de la cuenta, como todas mis manías si de amor hablamos. Así que mejor vete, que estoy a salvo, sin miedo que encienda mis entrañas, sin frío que me dé ganas de estar entre tus brazos. Como sea, siempre acabo pensándote e imaginándonos, así que todo seguirá igual, dando vueltas, y fluyendo de la forma en que debe ser, en que siempre ha sido.

sábado, 26 de enero de 2019

No te vayas.

Recógeme, cielo. Llévame lejos y acaba con mis miedos, consume mis fríos matices y dame poquito de tu color, como lo haces cada que amaneces, cada que tu luz devora la parcial oscuridad que me sobrecoge, y deja que me sienta libre. Quiero que me envuelvas en arcoíris y las estrellas se vuelvan manto en la fría noche. No quiero que te quedes sólo en mi mente cuando sea momento de que te vayas. Quédate e ilumina las sombras que no dejan de apagar mi espíritu. Permanece conmigo, inspírame con tu arte, dame razones para continuar. Eres el único que entiende mis pensamientos incoherentes y me hace olvidar mis tinieblas. Acompáñame por la noche y déjame admirar tus colores, que bastante débil estoy ahora, atrofiada por los caminos que recorro sin tu guía, sin la luz que se opone a quedarse.

miércoles, 23 de enero de 2019

Sí te extraño.

Te soñé.

Volví a ver tus ojos pardos, a sentir tu presencia y olvidar tu ausencia, que me ha perseguido desde entonces. Estabas tan real. Me envolviste en tus brazos, levantándome varias veces, sin esconder la alegría que sentiste al verme. No hay lugar en el mundo que pueda gustarme más. Te recuerdo bajo las artificiales luces de aquél extraño plano, te recuerdo mirándome y susurrando a mi oído como solías hacerlo, te recuerdo conmigo y prefiero no haber despertado para seguir teniéndote aquí.


Aún guardo tu olor, tu calor, tu manera de sonreír. De sonreírme.
Y ahora, no quiero quedarme aquí, extrañándote.
Volvamos a pensarte.

Estabas tan real...


martes, 22 de enero de 2019

Día de eclipse.

Y te encontré, luna. Tras la mirada de tus admiradores, tras la lente de tus captores. Te sentía mía, tan grande que podía alcanzarte. Pero estabas tan lejos que mis ojos apenas lograban visualizar tus cráteres inmersos de sangre; celosos por cuántas pupilas te seguían, cuántas almas atesoraban tu momento. Te mantenías quieta. Silenciosa. Esperando que los colores invadieran tu pálido reflejo. Y ardías entre llamas de intensos rojos. Y ojos. Te miraba desde abajo, aquí, donde siempre te espero, donde miro cómo cambias, cómo creces, cómo me esperas.

domingo, 30 de diciembre de 2018

Me consumiste.

No había nadie más ahí.


Solo nuestros ojos contemplándose, entre la luz opaca de la luna, entre fríos matices.


Los corazones unidos en frenesí, latiendo imparables en el acto, siendo testigos de la pasión contenida en aquél instante.


Te miraba.


Tus pupilas se extendían, consumiendo todo rastro de color, volviéndote peligroso y ansioso por llenar todo el espacio entre nosotros, mientras te observaba inmóvil, probando tu calma, con todas esas ganas de tenerme, poseerme.


Pero mantenías tu mirada en la mía. No declinabas. Soportabas mi intensidad, eso me gustó de ti desde el primer roce. Me tenías al punto de perder la cordura, acorralada ante la fuerza con que caías en mis ojos.


Las agitadas respiraciones nos recordaban vivos, por más que intentábamos detener todo lo que no éramos tu y yo en la oscura velada que nos cubría... escondía, quizás.


Te sentía tan cerca que deseé librarme. Me consumías entera. Te sentía sofocante y no podía estar consciente de lo que hacía mientras estuvieses tan inmediato a mí. Siempre me hacías perder la razón.


Me entregué a tu iris, lentamente me sumé a tus ojos y tus pupilas dejaron de abarcarlo todo. El ímpetu fue mayor cuando cedí la mirada. Vi tus colores, aparecieron de nuevo y me invadieron el aura. Sentía hervir la sangre mientras contenía el aliento.


Y pasó.


Te desplomaste sobre mí. Me abatiste en besos. Nos devoramos aquél invierno, acabamos el juego.


Dos almas abrazándose.


Dos corazones leyéndose.

Descanso.

En el naranja del atardecer solté mi alma, cansada de tanta travesía. En el rojo deposité mis anhelos, mis latidos, mi fuerza. Me entregué a la inconsciencia. Me dejé ir, volando entre nubes, despojada de vida, liberada de inquietudes.


Me fui lentamente desprendiendo mi espíritu de cualquier pensamiento. Desvanecí los contornos de lo que aún podía ver, y perdí noción de mi existencia.

Nada importaba. Todo carecía de sentido mientras poco a poco me soltaba en mi último camino.


Sin conocer el destino, supe que pertenecía a esa extraña parte de la creación. No cuestioné, no grité, no me opuse. Simplemente dejé que el viento se llevara los restos de lo que un día me constituyó.


Al ver hacia abajo, fui testigo de cómo mi alma desechaba pedazos de mi ropa, de piel, de todo lo que no fuera etéreo.


Puedo decir que me sentí libre.


He llegado.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Me pierdo.

A veces me escondo en la penumbra del existir y no existir; me quedó allí esperando que el tiempo pase en silencio, intacto como suele hacerlo en mis días de realidad absoluta.

Me descubro inmóvil observando con inquieta calma mi habitación. Todo me parece extraño y no sé qué plano me envuelve, dónde me encuentro.

Luego los veo. Observo cómo se acercan a mí, cómo sus pardos ojos me miran. Quizá me acechan. Quizá me buscan por mi singular intención de permanecer ajena al tiempo, por evitar avanzar con él. Claramente debería tener miedo, sentir por mínima una sensación de peligro. Pero no pasa. Soy totalmente suya. Me conozco en sus ojos. Me veo en ellos.


Por extraño que suene, soy ellos.


Moviéndome entre dimensiones, participando en su mundo y alejándome de mi realidad.